martes, 11 de agosto de 2009

Cierra los ojos


" Cierra los ojos es, además del título, el consejo que doy al lector de este relato.

Si consigues que alguien lo lea para ti, prescindir de la vista te ayudará a vivirlo."

Foto de Francesc Xavier Badia: Eclipse solar

¿De qué color son sus ojos? Esa era la pregunta que me formulaba cuando comenzó mi horror; la cuestión en el instante en el cual la luz se apaga, y el espacio, que todavía no había tenido tiempo para inventariar, queda a oscuras. Fue algo así como una explosión, como el estallido de una bombilla en plena cara multiplicado por el miedo a lo desconocido. Recuerdo que dejé escapar un grito y que su mismo sonido me asustó haciendo que otro más le siguiera. Me tapé la boca con una mano, cerré los ojos, que nada veían, y apreté mis labios bajo la palma tratando de evitar un nuevo alarido que delatara el miedo injustificado. Deseaba con todas mis fuerzas que él no hubiera llegado a escuchar las voces, pues temía que viniera a buscarme.
Escuché mi respiración, tan agitada como mi pulso, rítmica y acelerada, inspirando y expirando por las fosas nasales con el vano propósito de pasar inadvertida. Intentaba calmarme.
Una vez mi ritmo cardíaco comenzó a normalizarse, me dispuse a buscar la puerta y salir de allí de la forma más airosa y digna que me fuera posible. Pero no me fue posible.
Girando sobre mis pasos, avancé apenas medio metro antes de recibir un fuerte golpe en la frente y precipitarme de espaldas al suelo. Desperté dolorida, todo mi cuerpo se lamentaba de la brutal caída y sobre mi cabeza algo parecido a un imán me mantenía pegada al suelo como si éste fuera una fría plancha de hierro. Sí, recuerdo que el suelo estaba frío, terriblemente frío. Me sentía mareada y, pese a que la visión me estaba negada por la más profunda oscuridad, habría dicho que todo daba vueltas alrededor mío, pero no lo dije. En esos momentos no dije nada. No llamé a nadie. No pedí auxilio, porque todo aquello me pareció estúpido desde el principio hasta el final: el cómo me había dejado convencer para salir de fiesta con unos desconocidos era algo realmente estúpido; el lugar y la posición donde me encontraba eran estúpidos; las risas que llegaban a mis oídos seguramente eran estúpidas; y con toda certeza, yo era lo más estúpido del momento, allí tirada sobre el gélido suelo en medio de la nada y con la sangre manando de mi frente.
Fueron esos pensamientos los que me hicieron caer en la cuenta de que, efectivamente, de mi frente hasta mi nuca un surco caliente y húmedo me bañaba. Primero pensé que no podía ser nada importante, pero al instante comprendí que, en mi caída, debía haberme golpeado cerca de la nuca y que quizá no podría moverme. Para mi sorpresa, logré llevarme la mano izquierda allí donde había recibido el primer choque y sentí el untuoso líquido que derramaba mi cuerpo mojando mis dedos.
Cierro los ojos y estoy allí. Mi cuerpo yace inmóvil, la oscuridad ocupa todo el espacio. Intento pensar, decidir si debo llamar a alguien para que me ayude, pero seguramente en medio del jolgorio nadie me oiría y no me siento con fuerzas. Bajo mis párpados la oscuridad cambia de color poblándose de figuras fantasma que modifican su forma a la menor presión interna o externa. Están allí, zarandeando mi mente, como una pandilla de divertidos ocupas jugando a derribar la puerta de la casa ajena. El espacio cada vez se vuelve más frío y siento que mi cuerpo se atiere. Ellos siguen allí. No quiero abrir los ojos por miedo a que me abandonen. Los fantasmas me hacen compañía y presiento que el peso de la nada puede ser mucho más oprimente. Tengo que pensar. Tengo que buscar una salida. Abrir los ojos hasta que se acostumbren a la falta de luz, por tenue que sea, siempre podrá guiarme un poco. Recuerdo que hay un pequeño ventanuco cerca del techo, de esos que hacen las veces de lucerna o respiradero, por ahí debe entrar algo de claridad.
Abro los ojos y mi nariz parece despertar en ese momento, percibo la humedad del espacio y algo más profundo, un olor rancio a madera podrida encubierto por la fuerte sensación acuosa que casi se puede palpar. A medida que mis pupilas se acomodan a la situación, mis oídos también se aguzan hasta percibir lo imperceptible. Primero, un ligero y lento goteo me reafirma que sigo en el mismo lugar, que nada ha cambiado de sitio, pero el insistente sonido comienza a clavarse en mi oído como un fino alfiler abriéndose paso hasta perforarme el cerebro. Intento olvidarlo, pensar en otra cosa, cuando siento que algo muy pequeño ha rozado mi muslo, entonces cierro las piernas con toda mi fuerza por temor a que aquella cosa se cuele bajo mi falda; aprieto las mandíbulas y mi cuerpo se tensiona hasta el punto de notar todos y cada uno de los músculos que lo componen. Me pregunto qué ha sido eso. Siento asco, una terrible repugnancia que me paraliza. Pienso en mi cabeza sobre un charco de sangre, en aquel ser diminuto oliendo mi herida, quién sabe si bebiendo de ella, quién sabe si atrapado en la pegajosa sangre cuajada por la frialdad del suelo o si resbalando sobre el líquido abundante hasta ir a enredarse en mis cabellos. No, no quiero pensarlo. De pronto, un sonido agudo y estridente parece provenir de algún punto a mi izquierda. Sea lo que sea, aquello que lo produce está atrapado. Escucho. Parece el chirrido de una pequeña y mal engrasada tuerca girando repetidas veces y rezo para que eso no se me acerque. Creo que está tras una de las pequeñas puertas. Por favor, por favor, suplico, que no se acerque. El sonido cesa, pero puedo imaginar esa cosa, ese animalejo, buscando un modo de llegar hasta mí, dando vueltas en su pequeño encierro para acercarse a compartir el mío. Me gustaría morderme las uñas, pero temo moverme, siento que con mi movimiento podría despertar todo aquello que vivo o muerto habita en este espacio. Cierro los ojos y saludo a los fantasmas.
Después de cierto tiempo manteniendo la misma posición, termino de entumecerme. Sé que si algo me obligara a salir corriendo sería imposible que mis nervios respondieran a la orden. ¿Qué hacer? Tengo sueño. Tengo miedo y tengo sueño. Llevo demasiado tiempo aquí encerrada y siento que me debilito. El goteo continúa martilleando mi cabeza. Debo dejar de escucharlo y definitivamente moverme, lentamente, pero moverme.
No puedo. ¡No puedo! Creo que me quedaré aquí, inmovilizada por el pánico absurdo a todo lo que no veo, pero que presiento. Y presiento un cuerpo, una forma deforme que se acerca a mí para olerme. Con su nariz dibuja mi contorno siguiendo el rastro del calor que desprendo. No le gusta la sangre. Le gusta mi cabello, pero no el olor a sangre, de modo que lo roza suavemente y sigue bajando sobre mi rostro. Sé que está muy cerca, puedo sentir su respiración deteniéndose para disfrutar mi perfume antes de seguir bajando. Creo que va a tocarme. Adivino sus brazos rodeando mi cuerpo y me encojo todavía más. Cierro los ojos buscando un alivio, los aprieto, y también mis labios, y mis puños, y mi vientre, y mis piernas. Quiero que desaparezca o desaparecer, pero él sigue bajando y ahora se detiene en mi sexo. Sé que lo está oliendo. Sé que lo saborea. Deseo morir.
En ese momento alguien toca en la puerta. Están llamándome. Es él, el chico a quien apenas conozco y que tanto me gusta. ¿De qué color son sus ojos? Esa era la pregunta que me hacía frente al espejo antes de que se fuera la luz del baño. Ante mi largo silencio, entra y busca el interruptor. La luz no se enciende y él tropieza con mis pies. Se asusta. Me llama. La falta de respuesta lo angustia, siente pánico y regresa con los otros dando voces. Ahora el cuarto de baño es un goteo de gente entrando y saliendo, ya no puedo oír el discurrir del grifo, pero alguien al lado de mi oído pisa una cucaracha que no ve. Es imposible no distinguir su crujido cuando lo tienes tan cerca. Es espeluznante. Entonces él se acerca y enciende un mechero, la luz ilumina su cara y yo busco el color de sus ojos.
Sus ojos son negros. Ahora todo es negro. Mañana también lo será.


Foto de Francesc Xavier Badia

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Brutal.

fra miquel dijo...

Quin patir!
però m'ha agradat molt
gracies

Anónimo dijo...

que bueno, que bueno, que bueno. todo lo que diría que no sea eso, sobra.

chejdan

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